El Nican Mopohua

Es uno de los documentos más exactos, plenos, bellos, evangelizadores e históricos sobre el Acontecimiento Guadalupano

Cango. Eduardo Chávez

Nican Mopohua, significa: “Aquí se narra” o “Aquí se relata”. En este documento se describe de la manera más bella, más plena y mejor lograda, este maravilloso encuentro entre Dios y el ser humano por medio de su propia Madre, Santa María de Guadalupe.

El Nican Mopohua está escrito en la lengua náhuatl noble, que es una lengua bella y elegante, como decía fray Rodrigo de la Cruz: “lengua elegantísima, tanto como cuantas hay en el mundo...”;[1] o como afirmaba fray Alonso de Molina: “es tan copiosa, tan elegante, y de tanto artificio y primor en sus metáforas y manera de decir.”[2] El náhuatl no necesita muchas palabras para expresar los hechos con fuerza y profundidad, conjuntando amor, ternura y delicadeza, con majestuosidad y solemnidad; además, el náhuatl puede conjuntar varias palabras en una sola para así expresar, de manera profunda, nuevos conceptos. Asimismo, con facilidad y elegancia se pueden articular todos los matices de las relaciones humanas. También de esto nos hace referencia Miguel León-Portilla, quien dice: “el náhuatl, así como el griego y el alemán, son lenguas que no oponen resistencia a la formación de largos compuestos a base de la yuxtaposición de varios radicales, de prefijos, sufijos e infijos, para expresar así una compleja relación conceptual con una sola palabra, que llega a ser con frecuencia verdadero prodigio de «ingeniería lingüistica»”[3]

Carlos de Sigüenza y Góngora, uno de los hombres más sabios de México en el siglo XVII, nos confirmó que Antonio Valeriano era el autor del Nican Mopohua, una de las más importantes y maravillosas obras indígenas, tesoro de la lengua náhuatl, como ahora dice Miguel León-Portilla: “joya de la literatura náhuatl digna de conocerse y disfrutarse en los cuatro rumbos del mundo”.[4] El Nican Mopohua fue escrito entre 1545-1548.

Antonio Valeriano fue un indígena noble y sabio que se educó en el Colegio de la Santa Cruz en Tlatelolco, fundado en 1536 por los franciscanos, entre los que destaca también el obispo fray Juan de Zumárraga. Fue un instituto contemporáneo de san Juan Diego.

Debemos aclarar que poquísimas personas en aquel tiempo pudieron leer y entender el Nican Mopohua, ya que está escrito en caracteres latinos y sólo unos cuantos indígenas podían leer en este tipo de caracteres; y está escrito con sonido náhuatl, por lo que también eran poquísimos los españoles que entendían este idioma; así que, fueron poquísimos indígenas y españoles que pudieron leer y entender el Nican Mopohua; además, era un manuscrito que, a pesar de haberse escrito algunas copias, es obvio que poquísimos tuvieron acceso al original o a algunas de estas mismas copias manuscritas. Así que el Nican Mopohua, si bien es el documento más exacto, pleno, bello, evangelizador e histórico; no es la fuente por la cual, de manera masiva, los indígenas y los españoles conocieron los pormenores del impresionante suceso, sino que las fuentes principales son tres: una es la tradición oral, cuya fuente es el mismo san Juan Diego, quien no se cansaba en divulgarlo de viva voz, como lo decía la señora María Pacheco quien así lo transmitía a sus familiares: “que todo lo que lleva dicho se lo contaba a él y a sus hermanos, la dicha su tía con toda distinción, porque lo sabía de boca del dicho Juan Diego y era público en aquella ocasión en todo este Pueblo y fuera de él”.[5]

Después de la aparición de la Virgen de Guadalupe, Juan Diego vivió cerca de 16 años en una chocita que se le construyó pegada a la ermita de la Virgen de Guadalupe y ahí hacía vida contemplativa, sin dejar de manifestar todos los detalles del maravilloso suceso. Por otro lado, la segunda fuente es la misma Imagen plasmada en la humilde tilma de Juan Diego, que es todo un códice y encierra un gran cúmulo de portentos, como su misma preservación; es una verdadera carta abierta, un mensaje para todos los seres humanos, por medio de una cultura ancestral y que trasciende tiempos y espacios. Y finalmente, una tercera manera es por los tiempos, o signos de los tiempos, en donde se da el Acontecimiento Guadalupano, el hecho que haya sido en el tiempo de la Octava de la Inmaculada Concepción, en el tiempo litúrgico de Adviento, asimismo, desde el ángulo indígena, el hecho de que haya tenido lugar en solsticio de invierno de aquel año de 1531, que era reconocido como 13 caña, es decir, Tlahuiscalpan, que significa: “rumbo de la casa de la luz”, “algo nuevo inicia, un nuevo día, una nueva era, llena de la sabiduría de Dios”, y en lugar en donde el ambiente maternal del Tepeyac era ya de siglos, el que la Virgen de Guadalupe hubiera pedido su templo, su “casita sagrada” en el llano del Tepeyac, que significa en la raíz de lo sagrado, es decir en lo verdadero y bien sustentado de lo divino, que todo esto se diera en la fiesta más importante que era llamada: Panquetzaliztli, que el fraile del siglo XVI, fray Toribio de Benavente, Motolinia, declarara que era la “Fiesta Principal” entre los indígenas, ya que era como la “Pascua indígena”, etc. Tantos elementos que los indígenas supieron interpretar, y esto también les “hablaba” de la importancia y lo gozoso del Evento Guadalupano, una verdadera y perfecta inculturación.


[1]«Carta de fray Rodrigo de la Cruz, O. F. M. al Emperador Carlos V», Ahuacatlán, 4 de mayo de 1550, en MARIANO CUEVAS, S.J., Documentos inéditos del siglo XVI para la historia de México, Editorial Porrúa (=Col. Biblioteca Porrúa, N° 62), México 21975, Documento 230, p. 156. [2]FRAY ALONSO DE MOLINA, Vocabulario en lengua Castellana y Mexicana y Mexicana y Castellana, México 1571, Ed. Porrúa (=Col. Biblioteca Porrúa, Nº 44), edición facsímil, México 1970, Prólogo al lector, s. p. [3]MIGUEL LEÓN-PORTILLA, La Filosofía Nahuatl, estudiada en sus fuentes, prólogo de Ángel Ma. Garibay K., UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, México 1983, p. 56. [4]MIGUEL LEÓN-PORTILLA, Tonantzin Guadalupe. Pensamiento náhuatl y mensaje cristiano en el “Nican Mopohua”, Eds. FCE y El Colegio Nacional, México 2000, p. 69. [5] MARCOS PACHECO, «Testimonio», en EDUARDO CHÁVEZ, La Virgen de Guadalupe y Juan Diego en las Informaciones Jurídicas de 1666, Eds. INBG, PJD, México 2001, f. 14v.