LA “CASITA SAGRADA” ES LA FUENTE DE LA MISIÓN PERMANENTE
Cango. Dr. Eduardo Chávez Sánchez
Instituto Superior de Estudios Guadalupanos | ISEG
Agosto 2014
Santa María de Guadalupe es la primera misionera y discípula del amor de Dios. Ella no es un modelo estático sino que su intervención es dinámica, es Ella la que mueve los corazones, llega hasta la raíz del ser humano, o como decían los indígenas, hasta las entrañas del ser humano.
Ella pide la construcción de su “casita sagrada”como fuente de misión permanente y que ésta fuera edificada en el llano del Tepeyac; esto significa la actitud de facilitar el encuentro con Dios en un lugar llano, plano, es decir, quitar toda dificultad para que Dios se encuentre con lo más amado de su creación, sus hijos.
Es claro que la imagen portentosa de Santa María de Guadalupe es una mujer “encinta”, embarazada, Ella es una mujer de espera, es una mujer de esperanza, es una mujer de Adviento, Ella porta a su Hijo Jesucristo en su vientre. Ella quiere la construcción de su “casita sagrada” para poner como centro a nuestro Señor Jesucristo.
Recordemos que para los indígenas construir un templo, o como lo dice la Virgen de Guadalupe: una “casita sagrada”, es construir una civilización; por lo tanto, lo que está pidiendo Ella es una nueva civilización del amor de Dios. La manera en que lo expresa Santa María de Guadalupe es profundamente importante, pues le dice: “para manifestarlo Él, para ensalzarlo a Él, para entregarlo a Él que es mi amor-persona”. Una “casita sagrada” que es la fuente de una misión permanente, pues Santa María de Guadalupe hace una evangelización perfectamente inculturada; Ella quiere una “casita sagrada” cuyo centro es Jesucristo, el Evangelio, la Eucaristía, el Magisterio. María siempre hace Iglesia, forma Iglesia, es madre de la Iglesia.
Dentro de esta “casita sagrada” que pide la Virgen de Guadalupe son importantes todos sus miembros, por un lado, Ella le pide al laico, en la persona del humilde macehual, Juan Diego; más aún, Ella le ruega al laico que sea él su intercesor, su mensajero, su embajador, lleno de su confianza.
El laico es el primero que conoce la voz y la belleza de Santa María de Guadalupe, es el primero que observa la transformación del cerro, del universo, en algo paradisiaco, en una nueva creación, en un nuevo génesis. Es el laico el primero que conoce el centro de su misión: la creación de una nueva civilización del amor de Dios, una “casita sagrada” que es Iglesia, en cuyo centro Ella quiere poner a su Amor-Persona, es decir a su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor, la Buena Nueva del amor inmenso y eterno de Dios Padre con la fuerza santificadora de su Espíritu Santo.
Por otro lado, Ella es muy precisa al determinar que es el obispo, cabeza de la iglesia, quien debe aprobar la edificación de la “casita sagrada”. De hecho, el Acontecimiento Guadalupano tiene como eje central la figura del obispo. Es el obispo quien dos años antes de la aparición, en 1529, clamó a Dios diciendo: “Si Dios no provee con remedio de su mano, está la tierra en punto de perderse totalmente” y, efectivamente, Dios mismo interviene en Jesucristo, por medio de su Madre, para hacer su morada, su “casita sagrada”, en medio de nosotros.
La Virgen de Guadalupe somete su voluntad a la aprobación del obispo, pues es el obispo de México quien debía aprobar esta “casita sagrada”, es el obispo el dueño del mensaje; es el obispo quien pide una señal, y Ella le da la señal, pues no se hace nada sin la aprobación del obispo, por lo tanto, el obispo es el dueño también de la señal y, con ello, no sólo las flores, sino que al imprimirse la portentosa imagen de la Virgen de Guadalupe en la tilma de San Juan Diego, dicha imagen en la humilde tilma del laico se convierte en señal, y el obispo es el dueño de esta hermosa imagen de la Virgen María, Madre de Dios. De esta manera, la “casita sagrada” es la Iglesia católica, con sus laicos y consagrados, es la fuente de la misión permanente.