SANTA MARÍA DE GUADALUPE ES LA FUENTE DE NUESTRA ALEGRÍA

Cango. Dr. Eduardo Chávez Sánchez

Instituto Superior de Estudios Guadalupanos | ISEG
Enero 2014

El arcángel Gabriel saludó a María con estas palabras: “¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!” (Lc 1, 28) y más adelante su prima Isabel la saluda: “¡Dichosa tú que has creído, porque ahora se cumplirá todo lo que te fue anunciado de parte del Señor!” (Lc 1, 45). Y ya antes, Juan el Bautista había brincado de alegría: “Cuando Isabel oyó el saludo de María el niño saltó de alegría en su seno” (Lc 1, 41). Y su prima Isabel proclamó con una enorme alegría que no le cabía en el alma: “¡Tú eres la más bendita de todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó a mi tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre.” (Lc 1, 42-45).

Y ¿cuál es el motivo de la alegría de María? Es Dios, Él es el fundamento de su alegría de su felicidad. Es el Dios verdaderísimo, Dueño de la vida, Dueño del cielo y de la tierra, Dueño del universo entero, quien ha tomado la iniciativa de encontrarnos, así como se encontró con Ella, un encuentro en la plenitud del amor, un encuentro con quien nos da razón y motivo de nuestra existencia.

Ahora, Él ha querido venir a nuestro encuentro. Por ello estamos peregrinando de la mano de María, la mujer de fe, la que nos lleva a la alegría de la plenitud del amor de Dios. Estamos caminando como una sola familia, ayudándonos en el cansancio y en la fatiga, pues todo tenemos que llegar a este encuentro; y nos motivamos con el don de la fe y la esperanza, con ánimos e impulsándonos entre las dificultades y los retos que nos presenta la vida; para encontrarnos todos con el amor de Dios, razón de ser y existir.

Así hay que caminar con la alegría que nos da la esperanza de tener este encuentro con el verdadero Dios de la mano de su madre y nuestra madre, bajo su estrella, bajo su guía; tocando a Dios al tocar la carne herida de nuestro hermano; tocando su misericordia al tocar las fibras del hermano enfermo y olvidado; tocando su divinidad al tocar al hermano más abatido, tocando las necesidades del que ha sido arrinconado en la periferia del dolor y de la indiferencia. Como proclamó el Papa Francisco: “¡Vayan, salgan de sí mismos, de toda cerrazón para llevar la luz y el amor del Evangelio a todos, hasta las extremas periferias de la existencia!”

Con razón nuestro corazón ardía cuando caminábamos hacia este lugar, con razón nuestra emoción no cabía en el pecho cuando veníamos comentando tantas señales, milagros y, sobre todo, la acción de Dios en nuestro corazón, gracias a Santa María de Guadalupe, Él tocó nuestro corazón. Las voces de los discípulos de Emaús llegan hasta nuestra alma cuando exclaman: “«Acaso no ardía nuestro corazón cuando nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras»” (Lc 24, 32) y hemos entendido que Él, Jesucristo, con las apariciones de Santa María de Guadalupe ha querido caminar con nosotros, en medio de un camino pedregoso, polvoso, árido y con signos de muerte, Él se ha apiadado de nosotros y ha querido caminar a nuestro lado explicando que Él ha vencido a la muerte, y ha Resucitado, y que cada uno de nosotros tenemos esa promesa de vivir en plenitud, en la alegría eterna de nuestro Salvador. Con razón estamos en este lugar bendito del Tepeyac donde se nos ha invitado a participar de su resurrección, pasando por el amor pleno de la entrega total en la cruz, y ahora estar vivo gracias a la vida que Él nos da en la participación al partir el pan, pan eucarístico de la mesa celestial.

Con razón nuestra alegría es inmensa y nuestra fe se siente renovada y reanimada con la luz de la presencia de Dios por medio de Santa María de Guadalupe, nuestra Niña del Cielo, nuestra Morenita, quien ha tomado en su rostro esta piel morena en donde estamos todos, pues Ella es nuestra madre, la madre de todas las más variadas estirpes, de todas naciones, para abrazarnos con la alegría que sólo puede dar Dios. Nuestra madre bendita quien es nuestra protección y nuestro resguardo, quien es la fuente de nuestra alegría, que nos lleva en el hueco de su manto, es decir, en sus mismas entrañas, en el primer hogar, santuario e inmaculado tabernáculo de Jesús. Ella nos coloca también en el cruce de sus brazos, en su corazón, ahí donde palpita por el bien de cada uno de nosotros, nos tiene ahí en donde está Él, el que todo lo puede, en donde está el verdaderísimo Dios por quien se vive…Sí, ahí estamos colocados cada uno de nosotros, ahí está nuestro corazón, ahí en donde está esa dicha, esa alegría, en el corazón humilde y alegre de María que se une al corazón sagrado de Jesús.