“TENGO EL HONOR Y LA DICHA DE SER TU MADRE”

Cango. Dr. Eduardo Chávez Sánchez

Instituto Superior de Estudios Guadalupanos | ISEG
Mayo 2014

Santa María de Guadalupe mostró a San Juan Diego y, en él, a cada uno de nosotros un profundo amor maternal por medio de su mirada llena de misericordia que tiene como su fuente al mismo Dios y Señor, quien ama al ser humano de una manera profundísima; como lo recuerda el Papa Benedicto XVI: “el Evangelio utiliza la palabra que en hebreo hacía referencia originalmente al seno materno y a la dedicación maternal. Se le conmovieron las «entrañas», en lo profundo del alma, al ver el estado en el que había quedado ese hombre.”1 Al mismo tiempo, la mentalidad de los indígenas aseguraba una comprensión maravillosamente inculturada de esta evangelización, ya que desde su cultura se proclamaba que un verdadero soberano no podía ser sino “padre y madre” de sus súbditos. La figura del gobernante la resume fray Diego Durán: “una lumbrera que como rayo de sol nos alumbre, y un espejo donde todos nos miremos, una madre que nos recoja en su regazo y un padre que nos traiga sobre sus hombros, y un señor que rija y gobierne el señorío mexicano y sea amparo y refugio de los pobres, de los huérfanos y viudas y se compadezca de aquellos que, con grandísimo trabajo, andan de noche y de día a buscar por montes y quebradas el sustento”2. Una madre que nos pone en el hueco de su manto, un Dios que se manifiesta, por medio de Ella, como el Buen Pastor que nos pone sobre sus hombros.

Juan Diego respiró la vida, la Virgen quitó todo temor, todo vacío, le volvió a dar sentido a todo su ser, no sólo lo colocó en el mismo lugar de su Hijo Jesucristo, sino que le dio la vida divina, le devolvió la esperanza más plena, lo que fortificaba su fe y le daba el amor verdadero que es el sentido pleno de toda su existencia. “¿A caso no estoy yo aquí que tengo el honor y la dicha de ser tu madre?” Juan Diego, al oír estas tiernísimas palabras, y escuchar nuevamente que la Madre de Dios era su propia venerable Madre, y que todavía tenía el honor y la dicha de serlo; no podía recibir mejor garantía de que, en efecto, nada tenía que temer, pues nada más protector, amoroso y cuidadoso que una madre: los indígenas la describían así: “la madre virtuosa es vigilante, ligera, veladora, solícita, congojosa; cría a sus hijos, tiene continuo cuidado de ellos, tiene vigilancia en que no les falte nada, regálalos, es como esclava de todos los de su casa, congójase por la necesidad de cada uno; de ninguna cosa necesaria en la casa se descuida”.3 Las otras expresiones: “sombra y amparo... fuente de alegría... en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos” para el mexicano no sólo significaban ternura, amor, sino también seguridad de gobierno, así la máxima autoridad entre los indígenas como era el consejo de ancianos le decía al rey Tlatoani recién elegido: “quizás alguna vez busquen madre, busquen padre (protección); también delante de ti pondrán su llanto, sus lágrimas, su indigencia, su penuria [...] Tal vez también con calma, con alegría te la tomarán, te la recogerán a ti que eres su madre, a ti que eres su amparo, porque mucho los amas, los ayudas, eres su guía, eres su señora”.4

Ella es la alegría, pues nos llena del amor; un amor que no se puede encerrar u ocultar, que se tiene que compartir; Ella es la fuente de toda alegría pues nos da a su amadísimo Hijo; siendo Ella nuestra Madre somos al mismo tiempo hermanos de Jesucristo. Ella es portadora de la compasión, del consuelo y de la paz. La frase que María también expresó a Juan Diego: “que no se perturbe tu rostro, tu corazón”, tiene una gran profundidad, ya que en la mentalidad india, esto significaba la persona entera; además, esto se enriquecía si se toma en cuenta que para la mentalidad indígena un profesor y un sabio, es aquel que puede transformar al ser humano desde el fundamento de la vida, lo que expresaban como el “poner un rostro humano en el corazón ajeno”, era humanizar el corazón, humanizar la vida: “Como se repite muchas veces «humanizar el corazón de la gente», «hacer más sabios sus rostros», ayudarles a descubrir su verdad, que quiere decir, su raíz en la tierra”;5 o como también lo expresaban: “hacer sabios los rostros y firmes los corazones”.

Así que es una verdadera transformación, una conversión, un constituirse cada día más y más como ser humano; por lo tanto, la misión de este ser humano es ayudar al hermano para que en él reine la paz en el mismo palpitar del “corazón humanizado y divinizado” con y por el rostro de Dios. De esta manera, todo lo que buscaba el corazón indígena, llegaba en plenitud y lo expresaban como “un corazón firme como la piedra, corazón resistente como el tronco de un árbol; rostro sabio, dueño de un rostro y un corazón, hábil y comprensivo”6, que pudiera soportar todas las adversidades, pues en él se encontraba la paz, ya no se perturbaba ni por el miedo ni por la angustia, ya que tenía como raíz, como verdad, al mismo Dios, único y verdadero Dios, quien por Santa María de Guadalupe, realizaba en totalidad lo que los indígenas expresaban: “Hablaré a vuestro rostro, a vuestro corazón”. Es el mismo Señor Jesucristo quien se hizo prójimo, y nos mostró la esencia de nuestro ser: que nosotros también deberíamos ser próximos a los hermanos, a los otros, ser compasivos y misericordiosos como Él es con los demás… y llegar a decir bajo las mismas palabras de la Virgen de Guadalupe: “yo tengo el honor y la dicha de ser tu hermano”.

1BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, p. 238.
2FRAY DIEGO DURÁN, Historia de las Indias, T. II, p. 397.
3FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, Historia General, Lib. X, Cap. I, N° 2, p. 545.
4ANÓNIMO, Testimonio de la antigua palabra, edición de Miguel León-Portilla y Librado Silva Galeana, Ed. Historia 16 (=Col. Crónicas de América, 56), Madrid 1990, p. 161
5MIGUEL LEÓN-PORTILLA, Los antiguos mexicanos, Ed. FCE, México 1961 [71985], p. 172.
6Informantes de Sahagún, Códice Matriatense de la Academia, edición facsimilar de Francisco del Paso y Troncoso, Fototipia de Hauser y Menet, Madrid 1907, Vol. VIII, f. 109v.