“EN EL HUECO DE MI MANTO”
Cango. Dr. Eduardo Chávez Sánchez
Instituto Superior de Estudios Guadalupanos | ISEG
JULIO 2014
Cuando un ser humano experimenta una sorpresa, un enojo, una emoción fuerte, ésta se advierte, de una manera especial, en las entrañas. Las entrañas se encuentran conectadas con las emociones profundas y también, es lógico, con la vida ya que las mamás conciben la vida en sus entrañas, por ello es muy importante esta figura para manifestar la fuerte unión que existe entre el niño nacido de las entrañas con su madre. Así que las entrañas simbolizan lo más profundo de la unidad. El Papa Benedicto XVI nos lo hace comprender desde la interpretación que se da en el Evangelio para expresar esta unidad, pero de una manera especial cuando también se incluye el amor y la misericordia, lo dice así: “el Evangelio utiliza la palabra que en hebreo hacía referencia originalmente al seno materno y a la dedicación maternal. Se le conmovieron las «entrañas», en lo profundo del alma, al ver el estado en el que había quedado ese hombre.”
Entre los indígenas, la unidad con la divinidad tienen esta misma simbología; las “entrañas” representan esta misma unidad, pero también representatividad, ellos decían en su sabiduría: “tú lo representas, tú eres su imagen, sus ojos, su mandíbula; tú su rostro, su oído te haces porque le sirves de intérprete, haces que broten su voz, sus palabras. [La colocó] en tu interior, en tus entrañas, en tu seno, en tu garganta escondió, puso su libro, la palabra, lo que es negro, lo que es rojo [Sabiduría].”2 Es decir: puso en tus entrañas su sabiduría. Así que “entrañas” son símbolo de unidad, de amor, de misericordia, de compasión y de representación o depósito de la sabiduría divina.
Jesucristo habla de la unidad y quiere esa unidad con sus discípulos así como Él y el Padre están unidos; y usa la figura de los sarmientos que necesitan de la savia de la Vid, una unidad vital. Jesús nos dice que sin Él no es que podamos hacer poco, sino que no podemos hacer “nada”. Con Cristo y unidos a Él, podemos dar mucho fruto, y de eso se trata: dar mucho fruto y que ese fruto permanezca, pues ahí se encuentra nuestra plenitud, en dar, en ofrecer y dar fruto; ya el mismo hecho de ofrecer es un fruto.
Y teniendo en cuenta la afirmación del Papa Benedicto XVI y también la sabiduría indígena podemos entender con mayor profundidad lo que nos dice Santa María de Guadalupe, por medio de las palabras llenas de ternura que le dice a San Juan Diego, a quien le quitó todo miedo, todo temor, a quien le asegura que Ella es su madre, y que tiene el honor y la dicha de serlo, que Ella es su protección y su resguardo, que en Ella está la fuente de su alegría, que lo lleva en el cruce de sus brazos, cerca de su corazón, que lo coloca en el “hueco de mi manto”, que para los indígenas significaba en sus entrañas.
Ella coloca a Juan Diego y nos coloca a nosotros en sus inmaculadas entrañas, en lo más profundo de su alma, de su ser.
Santa María de Guadalupe nos lleva a su Hijo Jesucristo quien es el Camino, la Verdad y la Vida y es en Él, precisamente, en donde encontraremos la vida plena, la verdad total, el camino seguro a la felicidad. Por ello, Santa María de Guadalupe nos mantiene en unidad del amor de Jesús. “Quiero una casita sagrada para ofrecerlo a Él, mi Amor-Persona”. María es el modelo de esta unidad, aquella que ha llevado a Jesús en su bendito vientre, en sus entrañas inmaculadas, como a nosotros nos pone en el “hueco de su manto”, en la unidad de una Iglesia, cuya madre es precisamente Ella, nuestra madre.