SAN JUAN DIEGO, UN HOMBRE DE SU ÉPOCA TRANSFORMADO POR SU ENCUENTRO CON SANTA MARÍA DE GUADALUPE

Cango. Dr. Eduardo Chávez Sánchez

Instituto Superior de Estudios Guadalupanos | ISEG
Febrero 2015

San Juan Diego Cuauhtlatoatzin fue un hombre de su tiempo, un tiempo agitado como pocos, vivió en un momento de cambios fundamentales; sin lugar a dudas su cambio personal y su conversión al cristianismo fue el cambio más importante de su vida. Juan Diego resume la educación indígena que recibió antes de su conversión, era un corazón preparado para recibir a Dios; recordemos que fue natural de Cuauhtitlán, ciudad que pertenecía al reino de Texcoco en donde regía el pensamiento tolteca y gracias al rey de Texcoco y gran sabio, Netzahualcóyotl, se había llegado incluso a la concepción de un solo Dios, el Dios desconocido, el único Dios vivo y verdadero; gracias a este gran rey la educación de su pueblo tuvo prioridad, así que todos, tanto nobles como macehuales, recibían la más alta educación; de esta manera Juan Diego, un humilde macehual, estaba preparado para entender la profundidad del mensaje salvífico del Evangelio; y ahora, es elegido de manera directa para ser el humilde y fiel mensajero de Nuestra Señora de Guadalupe a quien entendió perfectamente lo que Ella transmitió en náhuatl noble.

Es interesante señalar también que, para muchos de sus paisanos, fray Toribio de Benavente, Motolinia y fray Bernardino de Sahagún se estaban metiendo en problemas al investigar a profundidad y resaltar las cosas buenas de la cultura religiosa de los indígenas aún cuando Sahagún había dejado claro que su intención era profundizar sobre esta cultura religiosa para arrancarla de raíz, pues él mismo la juzgaba como diabólica y, además, las cosas que parecerían cercanas al Evangelio las calificaba como satánicos engaños, sin concederles un ápice. Muchos de sus paisanos rechazaron cualquier estudio de algo que para ellos era simplemente del diablo; así que, con ayuda del rey, que de igual manera estaba convencido de esto, retiraban cualquier escrito que tratara de estas supersticiones, por lo que la obra de fray Bernardino de Sahagún fue decomisada.

Gracias a la astucia y prudencia de Sahagún, quien conservó copias de sus escritos con el fin de poder destruir de raíz las supersticiones de esta cultura religiosa, como lo había aclarado, podemos actualmente conocer gran parte de ella y, especialmente, de la educación de los indígenas. Es sorprendente la delicada y profunda educación que en la actualidad valoramos e incluso que podemos contemplar tantos rasgos de verdaderas semillas del Verbo que Santa María de Guadalupe tomó en aquel tiempo de 1531 y les dio plenitud en Jesucristo Nuestro Señor; en otras palabras, actualmente apenas estamos reconociendo cómo la Virgen de Guadalupe hizo vivir y sentir una teología tan actual pero dispuesta en aquellos años, que para los buenos y fieles católicos de aquel tiempo les era simplemente imposible vislumbrar. Podemos ser conscientes que el Acontecimiento Guadalupano no pudo ser “inventado” ni por los indígenas, ni por los españoles de aquellos años, sino que fue un verdadero encuentro con el mismo Dios, por medio de Santa María de Guadalupe. Un encuentro que nos transforma y nos hace ser testigos de su amor, que trasciende tiempos y espacios.

Juan Diego es el mejor ejemplo de cómo Dios puede hacer maravillas en cada uno de nosotros, por medio de su madre y nuestra madre, Santa María de Guadalupe.