EN SANTA MARÍA DE GUADALUPE SE DA UNA VERDADERA EPIFANÍA. MANIFESTACIÓN DEL SEÑOR

Cango. Dr. Eduardo Chávez Sánchez

Instituto Superior de Estudios Guadalupanos | ISEG
Enero 2015

Una de las principales celebraciones en Enero es la Epifanía o Manifestación del Señor. La Virgen de Guadalupe se presenta como una mujer embarazada, es decir Ella es el “Arca viviente de la Alianza”, es una mujer “Cristo-céntrica”. No es que se realice una segunda Encarnación o que Ella traiga una nueva Revelación, ni que Ella proclame otro Evangelio. Nada de eso! Ella es la primer discípula y misionera del Amor único y eterno de Dios. Ella viene a proclamar la única Encarnación, la única Revelación, el único Evangelio y, la única Epifanía, o Manifestación del amor de Dios, para la salvación de todos los hombres de la tierra, de todas las generaciones y de todos los lugares.

El gran deseo de Santa María de Guadalupe aquel frío invierno de 1531, era la construcción de una “casita sagrada”, de un hogar sagrado, de un templo, de una iglesia católica, en donde Ella mostrará, ensalzará y entregará todo su Amor-Persona, es decir, su Hijo amado: Jesucristo. Es en este hogar, en esta “casita sagrada”, en este templo, en donde entrega a su Hijo amado, Jesucristo, como dice la Santísima Virgen María: “a Él, que es mi Amor-Persona”; es decir, que así como el Padre eterno ofrece a su propio Hijo y Jesucristo mismo ofrece su propia vida, también María, su Madre, lo ofrece, lo entrega, para el bien y salvación de todo ser humano.

Y continúa afirmando la Santísima Virgen, que Él es su mirada compasiva, su auxilio y su salvación. El verdadero Dios, Dueño del cielo y de la tierra se manifiesta y se ofrece en totalidad a todos los seres humanos; es más, el Señor pleno de misericordia viene a vivir, a hacer su morada, su hogar, en este pedazo humilde y pobre de la creación, viene a vivir en medio de nosotros. Es una verdadera Epifanía del Señor; es Él quien se manifiesta por medio de su Madre Santísima y se entrega por amor a cada uno de nosotros.

Todo esto converge asombrosamente con la visión de san Juan en el libro del Apocalipsis cuando dice: “Después tuve la visión del Cielo Nuevo y de la Nueva Tierra. Pues el primer cielo y la primera tierra ya pasaron; en cuanto al mar ya no existe. Entonces vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, del lado de Dios, embellecida como una novia engalanada en espera de su prometido. Oí una voz que clamaba desde el trono: «Ésta es la morada de Dios entre los hombres, fijará desde ahora su morada en medio de ellos y ellos serán su pueblo y él mismo será Dios-con-ellos. Enjugará toda lágrima de sus ojos y ya no existirá ni muerte, ni duelo, ni gemidos, ni penas porque todo lo anterior ha pasado.»” (Ap 21, 1-4).

Esto nos lleva a lo importante y trascendental de este Acontecimiento, ya que, como confirmamos, es el encuentro del verdadero Dios con los seres humanos de corazón humilde y esto se logra por medio de Santa María de Guadalupe; y también por la participación del humilde indígena, Juan Diego, a quien se le pidió también poner todo su esfuerzo y su voluntad, para construir juntos este nuevo hogar cósmico, templo, “casita sagrada”, podemos decir, iglesia católica centrada en el inmenso y verdadero amor de Dios para toda la humanidad.

Ahora comprendemos mejor la gran admiración y la inmensa alegría que suscitaría entre los indígenas el conocimiento de este gran suceso, cuando Juan Diego lo informara en su momento; pues serán conscientes que este encuentro con Ella, al mismo tiempo, era un encuentro con el único y verdadero Dios. La alegría no cabía en sus corazones al ser testigos de que el “Dios por quien se vive” venía a encontrarse con ellos, se les manifestaba totalmente con ternura; que a ese Dios sí le importaban, que ese Dios es amor y que ahora venía a ellos por medio de lo más significativo y amado para Él que era su propia Madre, a quien hizo nuestra Madre y Ella aceptó, en el momento de su entrega total, en el sacrificio pleno en la cruz, entregando su vida por nosotros.