SANTA MARÍA DE GUADALUPE HACE POSIBLE LO QUE PARECE IMPOSIBLE

Cango. Dr. Eduardo Chávez Sánchez

Instituto Superior de Estudios Guadalupanos | ISEG
Enero 2015

En este tiempo, el Acontecimiento Guadalupano sigue siendo algo portentoso. Es sorprendente contemplar la conversión profunda de tantos seres humanos que llegan a su “casita sagrada”. No cabe duda que la Virgen de Guadalupe sigue tocando el corazón y colocando a Jesús en él, en una perfecta inculturación de la Buena Nueva. Ella hace posible lo que parecía imposible.

En aquel frío invierno de 1531, los frailes misioneros tenían la convicción de que su deber como buenos padres y buenos cristianos era destruir los engaños del demonio que se había apoderado de los indígenas, de su cultura y religiosidad; como lo afirmaba fray Bernardino de Sahagún, uno de los conocedores más profundos de la cultura náhuatl, quien afirmaba: “El médico no puede acertadamente aplicar las medicinas al enfermo (sin) que primero conozca de qué humor, o de qué causa proceda la enfermedad [...] Los pecados de la idolatría y ritos idolátricos, y supersticiones idolátricas y agüeros, y abluciones y ceremonias idolátricas no son aún perdidos del todo. Para predicar contra estas cosas, y aun para saber si las hay, menester es saber cómo las usaban en tiempos de su idolatría”1.

Pero a pesar de todo, se hizo posible lo imposible: la innegable conversión del pueblo; y esto se debió al mensaje fuerte y directo, al mismo tiempo, tierno y amoroso de Nuestra Señora de Guadalupe. Sin minimizar la extraordinaria labor de los primeros misioneros, quienes dieron su vida en esta evangelización, sin embargo, esta titánica misión los sobrepasaba.

Los detalles de este Acontecimiento Guadalupano se conocen gracias a san Juan Diego, quien lo manifestó de viva voz, y años más adelante, entre 1545 y 1548, Antonio Valeriano lo plasmó en el manuscrito conocido como Nican Mopohua, que significa: “Aquí se narra” y, si bien, no es el único documento que nos da noticias de este evento, sí es uno de los más importantes y, además, converge con otras tantas fuentes históricas; su belleza no está en contraposición con la información histórica de los hechos que acontecieron aquel frío diciembre de 1531; asimismo, se complementaba perfectamente con la señal que la Virgen de Guadalupe puso en manos del obispo: su portentosa Imagen impresa en la humilde tilma de san Juan Diego, señal que fue dada para buscar la aprobación del misionero obispo, cabeza de la Iglesia de México, fray Juan de Zumárraga, para que cumpliera la voluntad de la Virgen, de erigirle un templo, una “casita sagrada”, una iglesia, para ensalzar, manifestar y entregar su AmorPersona, Jesucristo. Este signo de la presencia de María en medio de su pueblo no tiene precedentes en la historia de la Iglesia, así como la conversión que se dio en masa tanto de indígenas como españoles, y se sigue dando de una manera admirable. Un verdadero encuentro entre Dios y los hombres, por medio de su amada Madre. Como bien lo expresó el arzobispo de México, Norberto Rivera Carrera: “Quien se compenetra, –dice el arzobispo– con la profundidad que ya se ha hecho, de esa historia nuestra, no puede menos de preguntarse: ¿Cómo podríamos existir nosotros si su amor de Madre no hubiera reconciliado y unido el antagonismo de nuestros padres españoles e indios? ¿Cómo hubieran podido nuestros ancestros indios aceptar a Cristo, si Ella no les hubiera complementado lo que les predicaban los misioneros, explicándoles en forma magistralmente adaptada a su mente y cultura?” Es un encuentro de unidad, de misericordia y de amor; como decimos, Ella hace posible lo que parece imposible.

1FRAY BERNARDINO DE SAHAGÚN, Historia General, p. 17.