LA SANTÍSIMA TRINIDAD Y LA VIRGEN DE GUADALUPE

Cango. Dr. Eduardo Chávez Sánchez

Instituto Superior de Estudios Guadalupanos | ISEG
JUNIO 2014

En el Acontecimiento Guadalupano es Dios, Uno y Trino, quien tiene la decisión de encontrase con el ser humano por medio de su Madre.

Dios Padre es quien atrae al humilde San Juan Diego a encontrarse con Él, por medio de la Santísima Virgen María de Guadalupe, pues es Él toma la iniciativa y en el Hijo se nos hace partícipes del Santo Espíritu. Como dice el Papa Benedicto XVI: “El Hijo quiere implicar en su conocimiento de Hijo a todos los que el Padre quiere que participen de Él: «Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado», dice Jesús en este sentido durante el sermón sobre el pan en Cafarnaún (Jn 6, 44). Pero ¿A quién atrae el Padre? «No a los sabios y entendidos», nos dice el Señor, sino a la gente sencilla.1 ” Por esto es tan importante este encuentro, pues es un encuentro que ha procurado el misericordioso Dios con el hombre de corazón humilde, por medio de María, su Madre, primera discípula y misionera de su Amor.

Después de la aparición de Santa María de Guadalupe en aquel frío invierno de 1531, el fatídico momento de la destrucción del universo indígena y la destrucción de su propia existencia, cambió a la esperanza de la vida eterna; ya no hay miedo, ya no hay temor. Ella, Santa María de Guadalupe, la Madre de Dios, es nuestra Madre, Madre de todos los seres humanos; con su amor universal nos reúne como familia de Dios en su “casita sagrada”, dispuesta siempre a continuar llevándonos como hermanos. Así lo expresa el Papa Francisco: “María reúne a su alrededor a los hijos que peregrinan con mucho esfuerzo para mirarla y dejarse mirar por ella. Allí encuentran la fuerza de Dios para sobrellevar los sufrimientos y cansancios de la vida. Como a San Juan Diego, María les da la caricia de su consuelo maternal y les dice al oído: «No se turbe tu corazón […] ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?».”

El encuentro entre Dios y los seres humanos, por medio de Santa María de Guadalupe, quien nos enseña a peregrinar con Ella, es un evento que tocó la historia y la trasciende, ya que es un acontecimiento siempre presente y actual, y lo convierte en motivo y compromiso de santidad constante. Como maravillosamente lo ha expresado el Santo Padre Benedicto XVI, cuando habla que Jesús de Nazaret “a través de lo cotidiano quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas y así la verdadera dirección que hemos de tomar en la vida de cada día para seguir el recto camino. Nos muestra a Dios, no un Dios abstracto, sino el Dios que actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano. A través de las cosas ordinarias nos muestra quiénes somos y qué debemos hacer en consecuencia; nos transmite un conocimiento que nos compromete, que no sólo nos trae nuevos conocimientos, sino que cambia nuestras vidas.”1

Este encuentro entre Dios Padre y sus hijos es profundo, e impresiona que cada paso y cada elemento que integra el Acontecimiento Guadalupano nos lleva a la salvación de Jesucristo, nuestro Redentor, en el corazón humilde, precisamente, de todo aquel que quiera darle sentido a su existencia construyendo juntos, y bajo la inspiración del Espíritu Santo, la civilización del Amor de la mano de María, Estrella de la primera y de la nueva evangelización.

1BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, Ed. Planeta, México 2007, pp. 395-396.